«. . . Cuando no cubres el mundo con palabras y etiquetas, tu vida recupera una sensación de lo milagroso que se perdió hace mucho tiempo, cuando la humanidad, en lugar de utilizar el pensamiento se dejó poseer por él. La profundidad vuelve a tu vida. Las cosas recuperan su novedad, su frescura. Y el mayor milagro es que experimentas tu yo esencial, antes de las palabras, las ideas, de las etiquetas mentales y de las imágenes. Para que esto ocurra, tienes que desenredar tu sentido del yo, del Ser, de todas las cosas con las que se ha mezclado, es decir, con las que se ha identificado. De este proceso de liberación trata este libro.»
» . . . La mayoría de la gente está tan completamente identificada con la voz de su cabeza -el torrente incesante involuntario y compulsivo y las emociones que lo acompañan- que podríamos describirla como poseída por su mente. Cuando eres completamente inconsciente de esto, crees que el pensador eres tú. Eso es la mente egótica».
Esa vocecita interior es nuestro pensamiento, la que va creando el ego día a día. Cuando entendamos que esa voz no somos nosotros, que sólo es un mecanismo al igual que pueda ser un músculo cualquiera, estaremos en el camino de cambiar la visión que tenemos de nosotros mismos y nuestra relación con los demás y con el mundo en el cual vivimos.
Observar a un niño pequeño y comprenderéis de qué estoy hablando. Son seres sin ego. Son verdaderamente de quien podemos aprender más. Salvo un «Maestro Iluminado» nadie más puede enseñarnos tanto.