
Nos hemos encontrado con un pequeño librito editado por MIMASA (empresa dedicada a la alimentación macrobiótica), basado en la obra de Mishio Kushi, uno de los padres de la alimentación macrobiótica, que ha dirigido su vida a hacer que
«el ser humano viva en salud con paz y por la paz».
Tiene un introducción muy bella en la que expone la importancia de una buena alimentación, haciéndonos comprender que alimentarnos no es la simple necesidad de paliar el hambre, sino que es algo más profundo, es un movimiento de energías, los alimentos son energías que influirán en nuestro cuerpo, en nuestros órganos, y que en función del tipo de alimento ingerido, lo equilibrará o desequilibrará.
Tal vez a algunas personas que desconozcan este tipo de alimentación, les parezca un cambio radical esta «nueva» forma de alimentarse. Sin embargo merece la pena informarse e ir introduciendo en nuestra alimentación algunos productos aquí detallados y, al mismo tiempo, ir eliminando los llamados «alimentos industrializados» que no proporcionan ni la calidad ni las energía adecuadas, amén de las toxinas incorporadas en forma de conservantes, colorantes, potenciadores de sabor y demás agregados que debilitan y enferman nuestro cuerpo.
Este pequeño manual puede ser considerado como una buena introducción a la alimentación macrobiótica cuyo objetivo es buscar una buena salud a través de la alimentación. Me he permitido indicaros mediante negrita y cursivas lo que en mi opinión considero puntos de mayor interés.
EL VALOR DE UNA ALIMENTACION SANA por MIMASA
Una simple célula, sólo visible al microscopio, encierra todo un complejo mundo de vida organizada, con un delicadísimo equilibrio entre sus elementos. Esta maravilla de la vida que cumple disciplinadamente su cometido, nace, se alimenta, vive unas horas, unos días, genera otras células, muere, desaparece. Existen millones y millones de células, todas ellas diferenciadas entre si y organizadas en colonias, grupos, configurando formas muy definidas, una de las cuales es esa figura en la que nos reconocemos y a la que llamamos hombre.
Hombre, que podría definirse como agrupación de cuatro trillones de células que dan lugar a un organismo provisto de cabeza, piernas, hígado, pulmones, etc. Más bien digamos que hombre es igual a vida elevada a su máxima expresión en la tierra, síntesis de toda la otra vida de nuestro planeta y que aspira a vidas superiores que intuye existentes a niveles más allá del mundo físico. Hombre, materia espiritual o mejor, espíritu materializado, porque ésta es la realidad. Espíritu condensado que anhela retornar a aquellos planos impalpables del cosmos etéreo.
¿No merece la pena respetar esta maravilla que es el organismo humano, increíblemente organizado? Siquiera sea como reconocimiento al laborioso trabajo de tres mil millones de años que ha invertido la “vida” en elaborar ese sujeto concreto y definido que es usted. Porque usted está ligado por un hilo invisible a una larguísima cadena de seres que le precedieron sin solución de continuidad hombres, mujeres, más hombres y más mujeres, simios, reptiles, anfibios, vegetales, crustáceos, algas, hongos, mohos, amebas, sal, minerales, calor, agua, sonido, luz, magnetismo— hasta que llegamos a aquella primera célula que alumbró en el magma acuoso de una tierra que nacía. No lo olvide, por favor. No es un ser aislado que puede mirar por encima del hombro a los demás seres de esta tierra atareada en cumplir concienzudamente esa misión desde hace miles de millones de años; no es usted un ser que pueda prescindir de esta larga historia de vida ni del ritmo que hay impuesto aquí. Si se ha apartado de este orden universal con una vida desordenada, lo estará pagando caro: infelicidad, desasosiego, malestar y, quizás, enfermedad. Si ha sido dócil a la vida que fluye incesante, se habrá sentido feliz, armoniosamente equilibrado, habrá conocido la salud. Una salud que, si se ha perdido, puede recuperarse en cualquier momento. Motivo de mayor gratitud todavía, porque habrá aprendido que todo puede ser opuesto, siendo lo mismo, como el día y la noche, el frío y el calor, lo líquido y lo sólido, la materia y el espíritu, el reposo y la actividad, la salud y la enfermedad, alternancias que configuran siempre una unidad, como en su mismo cuerpo: mental y físico, sólido y líquido, activo y en reposo, sometido al nacimiento y al reposo.
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